A comienzos de 1968, a pesar de la asignación de sustanciales
partidas presupuestarias para el Ministerio de Educación, surgió una creciente
inquietud entre los estudiantes franceses, quienes criticaban la incapacidad
del anticuado sistema universitario para dar salida al mundo laboral a un
número, cada vez más elevado, de licenciados. Al mismo tiempo, diversos
grupúsculos inspirados por las ideologías anarquistas, trotskista y maoísta,
manifestaron su oposición a la sociedad capitalista y al consumismo.
Estudiantes de sociología de la Universidad de Nanterre, próxima a
París, fueron particularmente activos y proclamaron que la universidad debía
convertirse en el centro de la revolución contra el capitalismo; su ocupación
del campus provocó la clausura de la universidad a finales de abril, por lo que
decidieron reunirse en la Sorbona. Al temer violentos enfrentamientos entre
grupos de derecha e izquierda, se pidió la intervención de la policía, violando
así la autonomía gubernativa de la universidad y su condición de lugar donde
puede exponerse con total libertad cualquier expresión. A consecuencia de todo
ello, los sindicatos de estudiantes y profesores convocaron una huelga general.
Después de una semana en la que las manifestaciones estudiantiles fueron
duramente reprimidas por la policía, los sindicatos obreros convocaron una
huelga general para el 13 de mayo. Nueve millones de trabajadores respondieron
a este llamamiento.
Los sucesos
sorprendieron al gobierno. Charles de Gaulle y su primer ministro Georges
Pompidou estaban fuera del país y su respuesta fue vacilante, oscilando entre
una postura conciliadora y la represión. En los últimos días de mayo, François
Mitterrand declaró que estaba preparado para suceder al general De Gaulle. El
30 de mayo, miles de personas ocuparon los Campos Elíseos en apoyo de De
Gaulle, manifestando que habían sufrido ya suficiente chienlit (vocablo creado
por De Gaulle, que venía a significar de forma peyorativa 'desorden').
Ese mismo
día, De Gaulle proclamó su intención de permanecer en el poder y de disolver la
Asamblea Nacional francesa. Las elecciones, celebradas en junio, fueron un
triunfo para De Gaulle. En ese mismo año se firmaron los Acuerdos de Grenelle y
los sindicatos negociaron un incremento del salario medio del 12%. Sin embargo,
De Gaulle estaba convencido de la necesidad de una reforma en la sociedad
francesa y defendió la aplicación del concepto de participation (reparto de los
beneficios). Decidido tras su éxito electoral a reforzar su poder, propuso un
referéndum nacional sobre la regionalización y la reforma del Senado, aunque en
el fondo era una aprobación popular a su política. Sus propuestas fueron
rechazadas y el 28 de abril de 1969 dimitió.
El
movimiento de mayo de 1968 en Francia fue sobre todo una manifestación en
contra del régimen gaullista. No constituyó el repudio a la política como tal,
sino más bien el rechazo a un estilo tecnocrático de gobierno.
La revuelta de Mayo del 68, como tal, no provocó cambios realmente decisivos en la sociedad francesa. La Universidad sí cambió: los estudiantes y el profesorado progresista se adueñaron prácticamente de ella, pero luego fueron perdiendo ese poder poco a poco. En las fábricas, los trabajadores obtuvieron ciertas mejoras salariales y de condiciones de trabajo, y los sindicatos, un aumento de su influencia. El Estado mejoró las prestaciones sociales, en la vía del tan mentado Estado de bienestar. Pero no olvidemos que todas esas mejoras, lo mismo que los cambios que se fueron produciendo en las costumbres -en el estilo de vida, en la familia, en las relaciones de pareja, en las formas de ocio, etc.- coincidían con lo que pudiéramos llamar la evolución natural de la realidad: en otros países de la Europa occidental no hubo una revuelta tan llamativa, y sin embargo avanzaron en dirección muy semejante.
La particularidad francesa, que tiene desde luego relación con lo
ocurrido en Mayo del 68, no estriba tanto en los resultados materiales
obtenidos y visibles como en el sólido fundamento social que les proporcionó.
Lo estamos comprobando ahora. Treinta años después, la política antisocial
hecha suya por la Unión Europea encuentra en la población francesa resistencias
superiores a las que han ofrecido las poblaciones de otros Estados europeos. En
Gran Bretaña, por ejemplo, primero con Thatcher y ahora con Blair, el
neoliberalismo está pudiendo hacer sus estragos sin toparse con ninguna
resistencia insalvable. Por no hablar de lo sucedido aquí: nos daríamos con un
canto en los dientes por alcanzar unos niveles de protección social como los
que la mayoría de los franceses rechazan cuando se los proponen ahora.
En Francia, el apego a las políticas sociales -el objetivo de la calidad de vida, en suma- tiene una fuerza superior, a la que sólo Italia se acerca. No cabe duda de que eso tiene mucho que ver, no ya estrictamente con la revuelta de Mayo del 68, pero sí con los movimientos sociales de aquella época, de los que Mayo del 68 bien puede tomarse como emblema.
En Francia, el apego a las políticas sociales -el objetivo de la calidad de vida, en suma- tiene una fuerza superior, a la que sólo Italia se acerca. No cabe duda de que eso tiene mucho que ver, no ya estrictamente con la revuelta de Mayo del 68, pero sí con los movimientos sociales de aquella época, de los que Mayo del 68 bien puede tomarse como emblema.
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